Cuando llegaba Noviembre, el recuerdo y la rabia eran insoportables. El ir a un cementerio, que parecía una fiesta, llena de colores y de gentes, era como una celebración burda y cruel, de un extraño cumpleaños. Mientras, sus amigos, seguían sus vidas y las llenaban de hijos y experiencias, experiencias que el no iba a vivir jamás. Y nosotros, año trás año, vamos , tal vez por comodidad o por que incluso hemos empezado a necesitarlo, a ponernos delante de una lápida blánquisima y con preciosas flores, que deslubran la mirada, pero que no contiene nada. Es como adorar a un dios de barro, y la impotencia de ver pasar el tiempo sin su vida a nuestro alrrededor, se ha ido convirtiendo en una costumbre letal para el recuerdo, el breve recuerdo de nuestra infancia y el escaso recuerdo de nuestra adolescencia inacabada.
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