miércoles, 23 de noviembre de 2011

Vientos de tormenta


Sobre la helada tierra se posaban las hojas caídas de los árboles, y el agua había formado charcos irisados sobre el pavimento sucio. La tarde llegaba a su fin, el cielo se encendía en el horizonte y el tren se acercaba lento. La gente se agolpaba en la estación semi oscura y triste. Una sola farola alumbraba el exterior del edificio, el miedo calaba hasta los huesos de los infelices, hambrientos seres, que deseaban con esperanza infinita huir, huir de una guerra que no iba con ellos, atrás dejaban sus casas sus recuerdos escondidos. Su padre había sido panadero y hasta los dos últimos años había vivido con relativa tranquilidad, pero sintiendo la cercanía de la guerra y la crueldad que suscitaba la supervivencia, guardaron confiadamente, lo más valioso de sus pertenencias dentro del viejo horno, que tanta calidez y seguridad había dado a sus vidas. Apenas se miraban, no podían levantar los ojos del suelo, por miedo a ver reflejado en las pupilas del otro, toda su amargura. Estaban unidos por el hilo infinito de la desgracia. Parecía que hubiese transcurrido un siglo, pero sólo habían pasado unas horas desde aquella mañana de mayo. Todo había quedado dispuesto para su boda. Percibía que era precipitada y triste, sin saber porqué. Esa tristeza insondable que sobrevolaba y abatía su corazón. Nunca, hasta ese amanecer había sentido la guerra tan cerca. La noche anterior, habían corrido al refugio más cercano, amenazados por el ir y venir de los aviones, llenando la noche de temores. El cielo azul de media mañana, se entristeció a medida que transcurrieron las horas. La ceremonia sencilla y rápida, llegó a su fín. No quisieron alargar mucho a fiesta y sin saber lo que les rondaba, bajaron entre los naranjos, aprovechando las sombras de las ramas, plenas en primavera. Una tormenta inesperada, empezó a colarse rápida y heladora por entre las sierras oscuras. De pronto, el frío y la lluvia se precipitaron sobre ellos, casi notaban que la tierra se endurecía bajo sus pies, la primavera se olvidaba de ellos, tal vez de España entera. De pronto, los aviones, tan temidos, rugieron en el aire duro de la tormenta, soltaron las bombas y sembraron los campos de muerte. Fue sólo unos minutos. Refugiados en la cuneta con las manos sobre la cabeza, tapándose los oídos, el corazón les golpeaba con furia el pecho. Era una inmensa pesadilla, no podían ver nada, entre el humo y el dolor. Pero el tiempo se deshizo entre sus manos y sus ojos alcanzaron la crueldad de su tragedia. El cielo se había abierto de nuevo, azul y frío. Entonces el silencio se lleno de sollozos y de sangre, se buscaron con la mirada traspasada por el miedo, esperaban un halo de vida entre los naranjos, cada uno por un lado, sintiendo que el destino los había partido en dos. Ella corrió hacia su madre, su madre tan querida, pero ya no volvería a sentir sus abrazos, no volvería a escuchar su voz tan consoladora. Estaba muy cerca de ellos, tristemente lejana y fria, abrazada a su hija más pequeña, protegiendola inutilmente con su toca ensangrentada. Ya nada volvería a ser igual, nada con lo que había soñado tantas y tantas veces. Luego, pasando el tiempo, siguió años y años recordando el día de su boda, con la imagen imborrable de ese lejano día entre los naranjos. Contándolo a sus hijos y nietos duranate toda una vida. Cuando enterraron sus cuerpos y guardaron sus recuerdos, huyeron a la estación abarrotada con tantos y tantos seres desvalidos. Allí esperaban un tren, un tren que los llevaría lejos, pero sin saber que apesar de su huida, donde quiera que fuesen y durante todo el tiempo que viviesen, apartir de ese inesperado día de mayo, siempre llevarían consigo esa amargura y sufrirían por una injusticia y crueldad que duraría más de cincuenta años. Luego alzarían sus voces con libertad y dignidad a pesar de sus almas heridas, volverían a confiar en una vida mejor, pero en una parte escondida de su corazón y en la soledad de sus recuerdos, no olvidarían jamás las almas sacrificadas en los campos de toda Extremadura.


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