sábado, 31 de julio de 2010

Parecen estar en un desierto olvidado, pero están cerca de casa, en un antigua mina también olvidada, al atardecer, con el sol poniéndose a sus espaldas, una luminosa tarde de principios de Junio. En la Serena, todo es sorprendente, siempre, aunque lleves viviendo toda tu vida aquí, ten por seguro que habrá paisajes, sitios que nunca verás, que cambian con la luz de cada día y con las sombras de la noche. Que se adaptan a maravillosos otoños llenos de luz dorada, a inviernos duros, desolados, a primaveras que suavizan la soledad de los caminos con un verde húmedo y brillante. El verano es inhóspito y seco, con un cielo azul imposible de mirar fijamente. Pero con unos colores, unos contornos sorprendentes, más allá de lo que sueña está naturaleza arrinconada en el olvido.

jueves, 29 de julio de 2010
























Hubo un día en el que la vida se paró un minuto
un instante, en el que el dolor , se extendió por toda el alma, como chasquido un ruido sordo rápido y gris que hace huir a los pájaros del parque
Una palabra que taladra el corazón
y el desaliento que nubla la claridad del día y todo por nada



por no pensar un momento la palabra y lanzarla al aire solano y caliente del verano.











Verano, largo interminable, con sus sombras alargadas en las paredes blancas. Con el cielo cegador, azul y brillante.
Todo queda lejos, el horizonte y la brisa, el pensamiento y el sonido
del agua refrescando el aire.





El calor lo envuelve todo empalagosamente, en la oscuridad de la casa cerrada a cal y canto, pasan las horas lentas y aburridas. La siesta se extiende silenciosa por entre las paredes llenas de sol, un sol poderoso, impenitente sin compasión. Se remueven los viejos recuerdos, los retazos de otros tiempos. Cuando éramos niños, en el pueblo, todos nos escapábamos, casi descalzos, por las calles empedradas, a alguna huerta que tuviese alberca , que entre los rosales antiguos, aquellos granates, oscuros casi morados, tupidos de hojas y de olor y los laureles e higueras que crecían alrededor, escondiese un agua verde, pero pura y fría, con sabor a barro, nos bañábamos y era lo mejor del mundo. Al atardecer, volvíamos casi más sofocados de lo que nos fuimos. Pero era tan inmenso el verano y a la vez tan simple, calle y más calle siempre juegos en la calle. Las cuatro bombillas amarillas, tristes, que nos daban luz en las noches y cuando salía la luna, resplandecia aun mas que esos brillos apagados, se reflejaba en las piedras de la calle y en los ojos de los niños, ojos con una esperanza infinita y una paz, que tal vez hoy nuestros hijos no hayan conocido. Son recuerdos que casi duelen, porque es ver pasar tu vida y el tiempo sin misericordia, anudado dentro del corazón, apretando, apretando cada día un poquito más.

sábado, 24 de julio de 2010




Daba gusto estar bajo los árboles, sobre la tierra fresca, a lo lejos se oían los niños jugar en el agua, el agua templada de la tarde. La tormenta de la noche anterior había limpiado el aire, había dejado en los rincones del patio montones de hojas secas y frutas caidas. Los días de verano pasaban largos y calurosos, la cal blanca de las paredes reflejaba la claridad inmensa del agua. Tú ibas y venías preparando los frutales, aquellos melocotoneros que tanto trabajo te dieron, todo a tu cargo, todo a tus espaldas y nosotros los seres más seguros de este mundo, bajo tu protección, esperando tus decisiones solucionadoras. Que bien vivía y dormía yo en aquella época, bajo el alo de tu persona fuerte y valiente, como me emocionaban tus ojos azules, plácidos y serenos, brillando al hacer rabietas a tus nietos. Hoy todabía me miro en esos ojos tan claros, tan inteligentes, pero tengo miedo a que dejes de ser tú, te quiero fuerte y activo aunque te tenga que reñir mil veces, pero te quiero y te sueño bajo los melocotoneros luchando con el riego y manteniendo clara y azul, limpia, la piscina, mientras tus nietos más jóvenes, el que tanto queremos y la que tanto esperamos, rompen la tranquilidad del agua, mientras discutes con los demás, dando órdenes de lo que tienen o no tienen que hacer. Te quiero y te necesito más de lo que yo tan siquiera maginaba.