martes, 18 de junio de 2013

El huerto

En estos largos atardeceres de verano, bajamos al pequeño huerto, protegido por la sombra de una acogedora ilera de viejos olivos. Fran corre por el camino con sus palos a modo de fabulosas espadas samurais, mirando de reojo detrás de los almendros y los olivos, por si anda escondido algún enemigo. Da gloria ver su carita brillando, morena y redonda. La luz implacable del sol, se vuelve rojiza  en el brillo de su pelo. El camino se encoge despacito a nuestro paso. Pronto las sombras se alargaran y en el frescor  del huerto, Fran, atormentara los canteros con sus palos y arrancará zanahorias y pequeños tomates, zarpará barquitos
en el agua que corre del pozo. Todo va cambiando, mientras el sol cae a lo lejos, el verde es más verde y el amarillo de los pastos se oscurece. Fran  se queda en silencio, pero sólo un ratito, mientras se da cuenta que en el horizonte ve al sol y la luna, uno frente al otro. Una batería de preguntas  y de nuevo a correr camino arriba y abajo. Benditos atardeceres  y bendito niño.

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