sábado, 15 de diciembre de 2012

Cuando Fran entra en la casa, todo se convierte en un remolino sin fin, su voz suavecita se hace eco en mis paredes, en mi alma de tita enamorada. El corazón me da un brinco de felicidad, él acerca su carita redonda y feliz a la mía y se me derrite el alma en sus ojos profundos. Mi  pequeño tan grande, que es capaz de cambiarnos la vida con una sola sonrisa. Fran no pide nada a cambio de su cariño, lo da a diestro y siniestro llenando de alegría la mañana triste del otoño o la insufrible tarde del verano bochornoso. Se ríe solito frente a una dulce gominola o a una sabrosa patata frita. Es fiel este niño y me rinde en un sólo segundo frente a mi. Yo le deseo, que no cambie, que se apodere de la vida como lo viene haciendo desde el mismo momento de su nacimiento, que no lo roce el dolor ni los sinsabores de este mundo sin sentido, le pido al dios de su destino que lo lleve firme frente a la felicidad y la verdad, a la esperanza y a la fe en si mismo.  

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