sábado, 24 de julio de 2010




Daba gusto estar bajo los árboles, sobre la tierra fresca, a lo lejos se oían los niños jugar en el agua, el agua templada de la tarde. La tormenta de la noche anterior había limpiado el aire, había dejado en los rincones del patio montones de hojas secas y frutas caidas. Los días de verano pasaban largos y calurosos, la cal blanca de las paredes reflejaba la claridad inmensa del agua. Tú ibas y venías preparando los frutales, aquellos melocotoneros que tanto trabajo te dieron, todo a tu cargo, todo a tus espaldas y nosotros los seres más seguros de este mundo, bajo tu protección, esperando tus decisiones solucionadoras. Que bien vivía y dormía yo en aquella época, bajo el alo de tu persona fuerte y valiente, como me emocionaban tus ojos azules, plácidos y serenos, brillando al hacer rabietas a tus nietos. Hoy todabía me miro en esos ojos tan claros, tan inteligentes, pero tengo miedo a que dejes de ser tú, te quiero fuerte y activo aunque te tenga que reñir mil veces, pero te quiero y te sueño bajo los melocotoneros luchando con el riego y manteniendo clara y azul, limpia, la piscina, mientras tus nietos más jóvenes, el que tanto queremos y la que tanto esperamos, rompen la tranquilidad del agua, mientras discutes con los demás, dando órdenes de lo que tienen o no tienen que hacer. Te quiero y te necesito más de lo que yo tan siquiera maginaba.

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