viernes, 6 de agosto de 2010







Agosto se desliza pesado y bochornoso, cruel y rojizo en los atardeceres. El calor se sostiene en las canterías y en de los quicios de las puertas, en los umbrales y en la cal de las paredes. Las puertas y las ventanas se entreabren, esperando una brisa fresca que no llega. La noche se despierta, culminando el cielo de estrellas, sobre la oscuridad profunda de los campos y de las sierras, dibujando una luna, redonda, naranja, y cercana. La quietud de los árboles y las cortinas, ocultan los murmullos cansados y soñolientos, los sueños ahogados en el calor, en los recuerdos, en la esperanza del día que nacerá de nuevo con el sol implacable, sobre los tejados del pueblo.

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