domingo, 6 de junio de 2010

El verano le arrebató sus últimos días a la primavera, el cielo se cae a pedazos todo azul y el sol enfurecido Dios sabe porqué, nos castiga de la mañana a la tarde con un calor sofocante y tormentoso, todo el campo parece agostado, abandonado y pardo en toda su inmensa extensión. Las tardes son largas y solitarias, oscuras dentro de las casas y cegadoras en las calles. En estos largos días, mi vida se ha convertido en un continuo recibir y despedir a mis niños queridos, no nos ubicamos aún en este compás cambiante a la espera del verano, cualquier tarde calmosa y opaca, una fulminante tormenta, nos despierta de esta calurosa ensoñación. Mientras, cuando llega el domingo al anochecer, el silencio vuelve a ser el único dueño de mi casa, de mi vida.

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