domingo, 24 de enero de 2010
















Algo pasó en esos campos solitarios e inmensos, que al caer la tarde, se cubren de un color morado que atrapa las nubes y las sombras. Las sierras se perfilan cercanas, orilladas a la serenidad y a la umbrosa tierra, más que al cielo imposible. Hablan de guerra y de venganzas. Siempre los que ganan, abusan, su ego se dispara y no saben del sufrimiento del que se agazapa en el suelo, esperando el zarpazo del vencedor, pateado por su perfil político o social. Fue un lugar elegido para eliminar de un tajo certero las ilusiones y las esperanzas de los que perdieron. Se podía asegurar que hay fantasmas que suspiran en la profundidad de la antigua mina, pero sólo se escucha el murmullo del aire entre el pasto y las piedras viejas, nadie se quedó a esperar antiguas venganzas, las almas corrieron libres con la conciencia limpia, nadie se atrevió, sólo mucho tiempo después, cuando volvió a anidar la poseía y la libertad en los hombres, a regresar y saber de sus huesos tan queridos. Las paredes caídas, beben del tiempo y del olvido, la historia hace daño, una herida que no se cierra jamás. Mientras, la mina se alza ruinosa y sombría y la leyenda crece y se cubre el campo, cada día al anochecer de ese raro color morado, atezado, dejando escapar algunos rayos de sol olvidados.

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