viernes, 15 de enero de 2010

El duende miraba y miraba las flores, adivinaba las gotas de rocío entre los pétalos suaves. Olía a lluvia y a viento del norte, los pequeños ojos atravesaban el alma de los hombres, tibio el corazón de esperanza.
Adivinaba la tristeza y la alegría y con toda seguridad plantaba leyes donde sólo había costumbre. Era pequeño y delgado, pero fuerte, como el delicado bambú que se mece en las lagunas orientales. El pequeño duende, nos trajo a otra vida a otras ilusiones, todas impuestas con el dulce brillo de sus pequeños ojos negros como el azabache.
"SI LA ZARZA NO ME ENZARZA Y EL TOMILLO NO ME ENRREDA, ¿NO ME HAN DE ENGAÑAR TUS OJOS, POR RETRECHEROS QUE SEAN?"

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