lunes, 19 de abril de 2010


La casa se quedó vacía, sola, triste, con el eco de los sonidos que vibraron en las paredes, vuelve la monotonía, el silencio y la tarde que se alarga casi tocando el infinito. La claridad del día sobrevive, en las luces naranjas y violetas del horizonte, las nubes negras se entrelazan con los últimos rayos de un sol que se desangra entre los árboles. Una tormenta perdida acecha, en la quietud del atardecer. Cuando salga la luna de primavera se perderá en el viento lejano del norte. La casa se enciende frente a la noche y los recuerdos, los ojos que llevo prendidos en mi alma, miran como la oscuridad y las estrellas velan otros cielos. También, al cerrar la puerta, me digo hacia mis adentros, otro día menos y rozaré sus caras con mis labios y sentiré sus corazones muy cerquita de mí. Todo lo que nos rodea y lo que nos rodeó, está relativamente cerca y lejano a la vez, todo pasa por nuestra mente y metabolizamos el tiempo según nos conviene para no sufrir, tretas de diablo viejo, que nos ayudan a vivir.

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